Cinco días después del devastador terremoto de magnitud 7.7 que sacudió Myanmar, los rescatistas lograron sacar con vida a un hombre de entre los escombros, mientras los esfuerzos de socorro enfrentan serios desafíos debido al conflicto en curso. Según las autoridades, al menos 2.886 personas han perdido la vida, y miles se han quedado sin hogar tras la destrucción de numerosos edificios en todo el país.
La situación humanitaria se agrava mientras crecen los llamados a que el gobierno militar permita la entrada de más ayuda internacional. Sin embargo, el jefe del gobierno militar, el general Min Aung Hlaing, ha declarado que continuará con las “actividades defensivas” contra los grupos rebeldes, a quienes califica de “terroristas”, a pesar de que varias facciones armadas han suspendido temporalmente las hostilidades para facilitar la recuperación y asistencia a los afectados.
Las organizaciones humanitarias han advertido que la combinación de la devastación del terremoto y la inestabilidad política podría empeorar la crisis en el país, dificultando la entrega de alimentos, medicinas y refugios a los damnificados. Entretanto, la comunidad internacional sigue presionando para que se permita el acceso sin restricciones a las zonas afectadas y se priorice la atención a las víctimas de la catástrofe.