Si bien el agua embotellada parece una opción segura e inofensiva, los científicos están advirtiendo que el verdadero riesgo no está en el agua, sino en la botella.
Un nuevo análisis ha revelado que los plásticos utilizados para almacenar agua pueden degradarse con el tiempo, liberando microplásticos y sustancias químicas que se han vinculado a cáncer, infertilidad y daño cerebral.
La mayoría de las botellas de agua tienen una fecha de caducidad de entre 18 meses y dos años, pero esta fecha no se refiere al agua, sino al envase. Con el paso del tiempo —y especialmente cuando se almacenan en ambientes cálidos o expuestos al sol—, los envases de tereftalato de polietileno (PET) comienzan a descomponerse, liberando partículas diminutas al líquido.
Estas partículas, conocidas como microplásticos, pueden medir apenas dos micrómetros, unas dos milésimas de milímetro, lo que les permite penetrar profundamente en el cuerpo humano.
🧬 Microplásticos: el enemigo invisible
Estudios recientes han detectado microplásticos en tejidos pulmonares, placentas, leche materna e incluso en la sangre humana, lo que genera alarma sobre sus posibles efectos acumulativos.
La Dra. Sherri Mason, investigadora de la Organización Mundial de la Salud (OMS), señaló:
“Sabemos que están conectados con el aumento de ciertos tipos de cáncer, la reducción del conteo de espermatozoides y el incremento de afecciones como el TDAH y el autismo.
Los plásticos actúan como un medio para que esos químicos sintéticos ingresen a nuestros cuerpos”.
Aunque la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria sostiene que la mayoría de los microplásticos son excretados naturalmente, la FAO advierte que algunas partículas pueden pasar al torrente sanguíneo y alojarse en órganos vitales, donde podrían causar neurotoxicidad, inflamación crónica y alteraciones hormonales.
📈 Un consumo 900.000 veces mayor
Un estudio reciente liderado por Sara Sajedi, de la Universidad Concordia, descubrió que las personas que consumen agua embotellada de manera habitual ingieren cerca de 900.000 microplásticos más al año que quienes beben agua del grifo.
Sajedi describió los riesgos como “graves” y urgió a aumentar la conciencia pública:
“Los microplásticos pueden alterar el equilibrio intestinal, afectar la flora bacteriana y provocar enfermedades respiratorias al ser inhalados.
Es un problema urgente que afecta la salud humana de forma silenciosa”.
⚠️ Más allá del sabor: un riesgo de salud
Beber agua embotellada después de su fecha de vencimiento no solo puede resultar desagradable al paladar —debido a la degradación del plástico—, sino que aumenta la posibilidad de ingerir partículas contaminantes.
Si las botellas se almacenan cerca de productos químicos o bajo luz solar directa, el deterioro del material se acelera, liberando compuestos que alteran el sabor, el olor y la pureza del agua.
Además, los plásticos PET son levemente transpirables, permitiendo que con el tiempo se evapore parte del agua y se introduzcan partículas del ambiente.
🧫 El intestino, la nueva frontera del daño
Una investigación australiana reciente reforzó la preocupación. Al analizar muestras de heces de voluntarios sanos, los científicos encontraron que los microplásticos pueden alterar la microbiota intestinal, provocando cambios similares a los observados en pacientes con cáncer de colon y depresión.
Los expertos calificaron el hallazgo como “el primer estudio en humanos” que demuestra cómo los microplásticos pueden modificar directamente la actividad bacteriana intestinal, afectando tanto la salud física como mental.
“El agua embotellada puede parecer más limpia, pero con el tiempo puede convertirse en una fuente invisible de contaminación química”, concluyó la Dra. Mason.
“El problema no está en el agua… sino en el recipiente”.

